MUÑECAS RITUALES
Lucía llamó temprano, noté en su voz que las cosas no habían cambiado, pero había un hilo mucho más allá de lo evidente que pedía con urgencia y determinación una ayuda.
Me contó que ya había llorado lo suficiente, que la perdida había sido consciente, que había pasado de la tristeza a la ira y ahora estaba de vuelta en la tristeza, y ya BASTA... quería volver a tomar las riendas de su vida.
La escuché mansamente, como hay que escuchar, sin interrumpirla y sin dar ningún tipo de consejo; intentando separar la paja del trigo, la información veraz de lo temperamental y al cerrar aquel diálogo interminable, ella dijo: “QUIERO UNA MAKI”.
Revisé el tratado como siempre hago, por si alguna especie, flor o semilla se me había escapado del recuerdo y ahí estaba esa mezcla intensa de pimienta verde y chile rojo que tanto ayuda a ponernos en movimiento, no sólo chile que es mucho más temperamental, la pimienta verde le daría un toque fresco y perfumado que Lucía hoy estaba necesitando, como agua para su molino. La base, como había sentido al escucharla, sería una buena cantidad de avena para la resiliencia y canela para el abrazo. Unas cáscaras de manzana para la aceptación de la partida y unas de naranja para que poco a poco volviera la alegría. En el final recordé la LARIMAR, esa bella piedra que invita a tomar las riendas de nuestra vida, terminando con el miedo y el sufrimiento, y sentí que la mezcla sería perfecta.
Dejé el cuenco con todos los ingredientes junto a mi y comencé el tejido, a medida que las lazadas se iban sucediendo pensaba cuántos lazos construimos que nos asfixian y cuántos dejamos con hilos sin terminar que nos alejan de nuestro propio sendero...
Finalmente estuvo lista, la peiné y la vestí como para una fiesta, porque a eso iba, a la fiesta de celebración de una “nueva vida”.
Cuando el mundo de las emociones nos paraliza, nos detiene o nos exalta sin poder recordar quienes realmente somos, nada más suave y presente que la magia de una maki que contiene en su corazón todo lo necesario para acompañarnos y volver a nuestra esencia con infinito amor. Seres que con su constancia y susurro sutil nos recuerdan cómo se vuelve al camino...
Aquí la señora del centeno...
Representa la capacidad de alimentar desde el amor; es la representación del alimento materno hecho grano. Da calor de hogar, de cobijo, de caricia. Siembra sueños y mantiene el amor de familia sin chantajes emocionales. Ayuda a que las familias comprendan en qué tiempo deben permanecer unidas para el desarrollo y crecimiento de cada uno de sus miembros y cuando esas mismas familias deben dejarlos volar.
En las culturas de Europa del norte donde el desapego parece vivirse con cierta cotidianeidad, el centeno refuerza los lazos a nivel inconsciente. En esas culturas, el centeno vibra diciendo que los largos brazos del amor pueden llegar a cualquier rincón de este Universo. Tal vez esta creencia ancestral haya producido un alto consumo de este grano, que ha favorecido la conservación de los clanes a través de las distancias, los mares y los climas poco benignos. El centeno les recuerda que los lazos de amor son más profundos que la sangre, y que el “ser parte del Todo” es lo único que no debiéramos dudar.
Representa aquello que además debe ser aceptado y liberado. Aceptar será confiar, entregarse, cerrar los ojos y saber que merecemos lo que ocurrirá porque eso será lo mejor que puede ocurrirnos. Confiar que Dios, el Universo, los Maestros, los Ángeles, están allí, todo el infinito tiempo “cuidando nuestras espaldas”. Algo bueno va a ocurrirnos, algo que no tendrá oposición y que recibiremos voluntariamente como acto de fe en la observancia de nuestro proceso para volver a vibrar con la sana inocencia del niño que nos habita… y en ese instante, la LIBERACIÓN, el estado perfecto de las cosas, que hace que no haya trabas, oscuridades, ni miedos. Esa liberación es la facultad del ser humano de desarrollar una acción según su propia voluntad; cancelación o caducidad de las cargas = ARMONÍA.
Si reflexionamos sobre el “estar conscientes” respecto a estas informaciones, veremos cómo cuando una cultura acepta e incorpora la elementalidad de lo que se le ofrece para trabajar lo que aún debe trabajar, todo fluye en un sano desarrollo de su identidad. De la misma manera he observado que culturas como la mexicana, donde el maíz o la bugambilia están presentes hablándoles, aún deben ser escuchados, porque no han incorporado la presencia de lo sutil. Ocurre lo mismo, aquí en Argentina, somos un pueblo conformado por cientos de naciones-culturas, en donde nos ha quedado pegado una tristeza profunda que solemos tapar con emociones desbordadas y a veces superfluas... para esto los jazmines, los azahares, nos invitan a resolverlo. Es mi anhelo que lo asumamos, para que ese regalo tan sutil de una flor tan presente y que tanto nos habita, tenga verdadero sentido.
TRATADO DE ESPECIERÍA ALMICA.




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