DONALD Y EL NACIMIENTO
Desde que tengo uso de razón en esta existencia, mi vida ha sido feliz y
plena dentro de una cocina. A medida que pasaban los años, me fui
reencontrando conmigo misma… fui recordando quién era mi alma, donde habíamos
vivido qué habíamos disfrutado en otros tiempos y qué nos
quedaba por aprender.
En el camino de recordar, me siento feliz de saber que estoy recuperando una
herramienta que fue mi amiga por otras eternidades. En algún momento aprendí
que si nos permitíamos una comunión real con
otros reinos, ellos nos ayudarían a sanar muchas cosas que habíamos
descuidado simplemente por no ser FIELES a nuestras emociones y sentires.
Si bien ese recordar
me dejó en la cocina durante muchos años, pasaron algunos hasta que hace muy poco, me desperté una mañana y comencé
a escribir sin pensar ni razonar… sólo sintiendo.
Viviendo en México, fui a visitar a una amiga en San Miguel de Allende; llegué a su bella casa y me ofreció quedarnos a tomar un te en el jardín. Y allí me quedé a esperarla mientras ella preparaba todo. Sus perros se quedaron acompañándome, como custodiando a la visita. Donald, un perro negro, me miraba a la distancia, sin acercarse, ya que según ella me había contado, lo había recogido de la calle y era muy temeroso. Sin darme cuenta en qué momento, comencé a hablarle, le pregunté en una voz muy suave, quién le había hecho daño, y por qué aún temía a pesar que me amiga lo amaba tanto. El me observaba inclinando su cabeza de izquierda a derecha, como aseverando que me estaba escuchando. De pronto se levantó y fue acercándose muy lentamente, mientras continuaba diciéndole cuánto lo amábamos. Cuando estuvo a mi lado, se sentó junto a mi, levantó su pata izquierda y la puso sobre mi mano. Lo miré a los ojos y le dije que no se asustara, que lo iba a acariciar muy suavemente y sin dañarlo. Yo lo sentía temblar, pero allí dejó su pata y se dejó acariciar.
En ese preciso momento mi amiga, salió de su casa al jardín, con una bandeja con el té y las tazas; al vernos a Donald y a mí, en ese diálogo profundo, se puso a llorar y me pidió que por favor me quedara a cuidar su casa y a sus amores durante un mes porque ella debía viajar a Suecia, y no podía dejar a Donald con nadie.
Eso hice.
Durante ese largo mes, pensé que disfrutaría a pleno en el bello San Miguel de Allende... y lo hice, pero no me separaba de los perros y la casa. Al segundo día ya me sentía encerrada, así que decidí escribir. Salí al mismo jardín donde nos habíamos enamorado con Donald, olí todas las flores, coseché tomates, albahaca y zarzamora, y escribí sobre ellos. En un mes, sin levantar la lapicera de la hoja, terminé el TRATADO DE ESPECIERÍA ALMICA, que recibí como regalo de abundancia en este Universo perfecto.
Me gusta pensar que el Tratado nació de mi amor por Donald.
DONALD
PASEANDO POR EL JARDÍN DE LOS SENTIDOS
LOS CIELOS DE SAN MIGUEL
COSECHANDO ZARZAMORA





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